Lola García: "No son cifras, son sólo niños y niñas"

Publicado el 10 de julio de 2024, 12:33

La trifulca política y el ruido social generado en torno a la llegada y atención de menores no acompañados da vergüenza ajena. No son ‘menas’. No son inmigrantes. No son ilegales. Son sólo niños y niñas que se juegan la vida en condiciones que, con toda probabilidad, las personas adultas de nuestra sociedad “avanzada” no soportaríamos.

 

Son niños y niñas como nuestros hijos e hijas, con ilusiones, sensibles, que han conocido y sufrido situaciones que no imaginamos. Curiosos, con ganas de aprender, inteligentes, pero sobre todo son valientes, muy valientes.

 

Convivimos con nuevas tecnologías de la comunicación, nos manejamos con herramientas de IA, hablamos con soltura de drones, vehículos eléctricos y hasta de viajes al espacio, pero muchos y muchas siguen sin salir de las cavernas. Trabajamos con la tecnología, pero no sabemos tratar a las personas, a los menores, a los niños y las niñas.

 

Lo mínimamente exigible en una sociedad “avanzada”, como nos consideramos como sociedad europea, ejemplar y referente de la modernidad, es que estos niños y niñas sean atendidos por personal cualificado en centros en los que puedan disponer de una alimentación sana, un entorno seguro y confortable. Un espacio en el que convivir, descansar, compartir y crecer. En definitiva, unas condiciones razonables de vida. Lo realmente deseable es que les permitamos y les facilitemos integrarse en nuestra sociedad, asistiendo a colegios e institutos donde puedan recibir una educación y una formación adecuada, compartiendo deportes, ocio, aficiones, etc. Desarrollándose como cualquier otro niño o niña.

 

Pero la respuesta que la sociedad e instituciones les ofrecemos comienza por cosificarlos. Los convertimos en ‘menas’, en ilegales y en inmigrantes. Les negamos hasta el nombre, que pasa a ser un NIE provisional. Pero no son siglas, no son cifras, números ni estadísticas. Son sólo niños y niñas.

 

Pero es que, además, son niños y niñas que están solos y solas… cuyos progenitores no están cerca. Alejados de sus familias, de sus pueblos, de su entorno, de lo que conocen, que sólo buscan poder crecer con esperanzas, y que han sufrido lo impensable para llegar hasta aquí.

 

Niños y niñas a los que encajamos en un laberinto administrativo que, no nos engañemos, todos y todas sabemos que en la mayoría de los casos sólo conduce a la expulsión del país o a la marginalidad.  Los sepultamos bajo una maraña de leyes, normas, informes, analíticas y exigencias indescifrables para niños y niñas que apenas saben hablar español. Y ante la que, estoy segura, tampoco nosotros y nosotras seríamos capaces de salir adelante. Y mientras se nos quita el nudo que se nos ha hecho en el estómago de solo imaginarlo, vemos discusiones sobre “si tú te quedas con el 50% de los que llegan y yo con un 10%, y la otra comunidad autónoma con ninguno”. Otra vez reduciendo el asunto a números, porque parece que solo hablar de cifras es la forma de muchos de reafirmar la identidad nacional y mostrar músculo político. Pero no son cifras, son sólo niños y niñas.

 

Precisamente cuando arrecian vergonzosas propuestas de todo tipo sobre cómo limitar su llegada, ahora que la ultraderecha extiende peligrosamente su mensaje por media Europa, mientras las redes sociales se convierten en caldo de cultivo donde verter impunemente insultos y difundir mentiras y datos interesados, en el momento en que se mantienen reuniones y conferencias que se centran en la distribución de estos niños y niñas, es cuando debemos pararnos, reflexionar sobre la atención que necesitan y tener más claro que son sólo niños y niñas, y que debemos cuidar de ellos.

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